Fantamnesia
A veces se me olvida

I (versión 2.0)

By Vanlat
Amnesia. Eso es lo que a veces debería tener. De esas de cuando te levantas, que no te acuerdas de lo que pasó ayer o cómo llegaste a casa. Mierda. Anoche hubo fiesta. Qué jodido es tener que recordar cosas que no quieres. Mientras te echas el zumo de naranja, dos fotogramas te salpican la cara; mientras haces las tostadas, se te descongelan dos frases fuera de contexto, qué quería decir con eso?; mientras le das bocados al desayuno te manchas con una cara desagradable y una sonrisa sin ganas que pusiste al regalar un cigarrillo. Mierda. Me repetí. Dolor de cabeza y el sol de plano. Qué hora era?, mirando el móvil, un mensaje. A determinadas horas no dicen nada que no sepas. "¿Dónde estás?" "Ven, acá" "Me voy". Otras veces son revelaciones bíblicas. Algo así como las cinco. La hora justa para irse o tomar otra. Aquella rubia te convenció. Sólo una copa más, es la promesa de los alcohólicos. Ojos de cristal, mentiras habituales. La mermelada amarga. O quizá es el sabor de la última calada.
Activas el piloto automático. Así puedes seguir. No tenía ganas de leerlo.
Desde la ducha oí cómo me llamaban. Deseaba que fueran las ocho de la tarde. O las nueve. O las once. Ojalá estuvieran dormidos todos. Me haría un té y me dedicaría a observar las ventanas. Sólamente me sentaría, a escuchar lo que queda del ruido de todos los vecinos. Otra vez sonaba el teléfono. Si esperaban que saliera de la ducha a cogerlo, iban listos.
Ya después sí. Después de una ducha uno ya está listo para que le vendan la moto. "Dónde estás? si no vuelves nos vamos" Juan. Tres y cuarto de la madrugada. Uff. Sí... les dije que volvería pronto. Él estaba con... con Raquel y alguien más. Victor?. Bea?. Dos llamadas entrantes. Un número que no tenía ni idea. Ya llamará otra vez, si le interesa.
Juan, maldito Juan; siempre atento al último giro de muñeca, siempre dispuesto a un último baile, siempre buscando una última conversación. Debería llamarle y preguntarle. "¿Qué coño pasó ayer?" Seguro que se ríe, todavía no se acostumbra a que beba y me olvide. A él nunca le pasa. No sé si porque es tío o porque es un crack; lo que es seguro es que no se modera.
Una copa en las manos. Ron con cola, escaso de limón. De fondo la chapa de siempre. Música que no entiendes y no quieres entender. Raquel hablando sobre algo que no debes hacer. Ganas de partir bocas y cortar cabezas. Un trago más. Mmm, dulce sabor. Vuelta al negro.
El teléfono vuelve a sonar. Paso. Salgo a la terraza. Corre fresquito, pero no hace frío.

La rubia se llamaba Marta, me invitó a un ron con cola escaso de limón y me dijo que saliera con ella. Más que su sonrisa eran sus dientes. Dolor de cabeza. Casi la una. La radio del vecino sacaba a muertos que repetían milimétricamente el esplendor de hace cincuenta años. Mejor que las fotografías.
 

II

By Búfalo
Antes todo era romántico. Las cenas frías en el parque, el balcón con su farola, las bicicletas... Hacíamos el paseíllo por las calles como si fuésemos matadores. Teníamos una terraza enorme con arriates llenos de plantas y sonaba el violín de una vecina, que siempre practicaba por las tardes.
Antes todo era romántico y decadente. Me sacaba cuando quería o cuando sus amigos no estaban disponibles. Se le notaba que me ponía una cara de cartón. El papel que se daba le venía grande. Además no se le daba bien improvisar. Yo también ponía mi cara de cartón. Era su novia. Sonreía cuando tenía que sonreír, le devolvía las caricias cuando debía y aceptaba sus invitaciones. Eso me daba ventaja. Podía salir con mis amigas tranquilamente. Él pensaba que me gustaban mis amigas, y tenía toda la razón.
Me encantaban mis amigas.

Bajábamos películas de internet, comíamos golosinas y bebíamos Cosmopolitans o Sex on the beach. Las tardes de fútbol eran divertidas, humeantes y sexuales. Teníamos el carnet de fidelidad en la Condonería y siempre había algo que comentar. Lo probamos todo: el lubricante de fresa, manzana, sandía y menta; la pintura de naranja, plátano, vainilla; las bolas grandes, las pequeñas, las medianas con rugosidades, las de control remoto; la vela de chocolate, de fresas con cava, las que simplemente olían; los vibradores de silicona, de metal, los que estimulaban el clítoris, los de velocidades; los inciensos; los dátiles con canela...
Concertábamos citas y nos grabábamos soeces. Ellos no sabían nada, por supuesto. Éramos perversas.
Mientras, nuestros maridos y novios fantaseaban con la idea de una relación lésbica entre sus mujercitas de escaparate. J. lo insinuó varias veces. Pobrecito, era incapaz de pensar que lo que no me hacía feliz, entre otras cosas, era SU polla.